Virgen de la Amargura

Virgen de la Amargura

viernes, 29 de mayo de 2009

a la Amargura

Buceando por internet encontré esto y me ha gustado, así que ahí lo dejo
De: josé maría prados blanco
Asunto: TIEMPO DE VISPERAS A TODOS VOSOTROS, CUANDO VAN A CUMPLIRSE MIS XXIX AÑOS EN LA CUADRILLA DE LA AMARGURA; A QUIENES CONMIGO ESTUVIERON, ESTÁN Y ESTARÁN BAJO LA DULCE DESESPERACIÓN DE UNA PARIHUELA
CUENTAN QUE AQUELLA TARDE CLAMÓ SU PREGONERO.... Es noche cerrada. Arría el palio en lo más lejos de la calle. En la oscuridad, solo dos fuegos: la candelería y su reflejo en la corona, más trágica y desmesurada al hacerse imprecisos sus contornos. Se alzan los ciriales, crece el río del cortejo hasta desbordarse su silencio blanco y anegar a la multitud, callándola; andan los ciriales, se oyen los metálicos péndulos de los incensarios, dobla la caja, suena Font de Anta y, traída por su música, se aparece poco a poco la Amargura tras el purgatorio de su candelería torturada, cada llama un grito y cada grito un alma que suplica su gracia intercesora. Se agiganta la sagrada conversación hasta pararse ante nosotros. Desaparece la perfección, siendo tanta, ante la magnitud de este drama. Puede más la emoción que la belleza. Más trágica que nunca a la luz de su candelería, presa de su palio, torturada por la gloria dolorosa de su corona, acosada por el sayón de su amor atormentado que es peor que los que desprecian a su Hijo, llega la Amargura envuelta en un resplandor de incienso y fuego. Viene consumida, aún siendo tan fuerte, por el combate que la desgarra. Que quien mira cara a cara a la Amargura está viendo a una Mujer luchar con Dios. Arría el paso ante nosotros como si la Virgen llegara exhausta y fuera Ella quien tuviera que descansar y no quienes con tanto amor la llevan. Se apaga el Domingo de Ramos en torno al palio de la Amargura. Después se deshace el mismo palio, desaparece, y solo parece existir esta cara atormentada mientras todo nuestro ser se hace mirada. Con esa soledad mayor que ninguna otra que a veces se da en medio de la bulla de una noche de Semana Santa, estamos solos frente a la Amargura. Arrasada por la dramática luz de su candelería, viva la mirada dolorida por su cambiante reflejo, entreabierta por su sombra la boca estupefacta en una interminable, angustiosa inspiración que no se desahoga en llanto, desnudada su tragedia por el fuego, vestida de dolor, cubierta por el manto de su gesto y coronada por su amarga mirada, es más Ella que nunca por ser solo y nada más que Ella, que le bastan a la Amargura el dolor de su gesto y la agonía de su mirada para triunfar en su lucha con un Dios al que sólo con armas de amor se vence. Llama Ollero, renace poco a poco el paso, y a su alrededor vuelve a desplegarse lentamente la noche del Domingo de Ramos. Se alza la Amargura envuelta en la gloria de si misma y en el esplendor del templo de su paso y comienza a girar dándonos el último consuelo, antes de perderla, de mostrarnos su perfil por el entrevaral por el que sus ojos huyen de la mirada de amor con que San Juan la persigue. Pasa el palio ante nosotros hasta cerrarse las puertas de su manto, el único de Sevilla junto al del Valle que empieza en oro y terciopelo y acaba en música, que si en aquél es imposible decir donde acaba Rodríguez Ojeda y donde empieza Gómez Zarzuela, en este lo es decir donde acaba Juan Manuel y donde empieza Font de Anta. Se va de prisa arrastrada por la estela del paso de su Hijo, como si le hubieran dicho que lo habían llevado al palacio de Herodes y con prisa lo buscara. Va la Amargura llena de incertidumbre hacia la Catedral y vuelve desde ella llena de amarga certeza. Dicen de la Esperanza que parece que vuelve cansada y con ojeras en la mañana del Viernes Santo. La amargura regresa vacía de todo menos de su nombre. Parece ascender cuando va y descender cuando viene. Como si al ir estuviera subiendo al monte Calvario, sufriendo pero aún con el hilo de esperanza de la vida de su Hijo, esperando tal vez un último milagro que lo librara de la cruz y de los clavos. Vuelve, apoyándose en San Juan, como si volviera del Calvario sin su Hijo, herida de sus mismas heridas tras haberlo visto desangrarse de Amor entre los seis candelabros que alumbran el templo de su cuerpo. Pasa la medianoche. Se muere el Domingo de Ramos en los brazos del Lunes Santo.En el corazón de la ciudad sólo hay ya Amor y Amargura. Ni en las catedrales ni en los templos, ni en las basílicas de Jerusalén, o en la misma Roma hay tanto amor herido hiriendo a Dios para que se desangre de amor por su herida como hay una noche de Domingo de Ramos por las calles de Sevilla....

No hay comentarios: