Virgen de la Amargura

Virgen de la Amargura

domingo, 24 de febrero de 2013

Via Crucis1ª Estación

Por la puerta de la Fuente fueron saliendo los once. En medio viene Jesús abriendo un surco en la noche. Aguas negras del Cedrón, de su túnica recogen espumas de luna blanca batida en brisas de torres. Jesús viene comprobando, Pastor, sus ovejas nobles, y se le nublan los ojos al no poder contar doce. «Pues la Escritura lo dice, me negaréis esta noche. Herido el Pastor, la grey dispersa le desconoce.» Entre los mantos, relámpagos de dos espadas relumbran. La luna afila sus hielos en las piedras de las tumbas. Ya las chumberas, las pitas erizan sienes de agujas y quisieran llorar sangre por sus coronadas puntas. Ya entraron al huerto donde las aceitunas se estrujan, Getsemaní de los óleos, hoy almazara de angustias. Ya Pedro, Juan y Santiago bajo un olivo se agrupan, como un día en el Tabor, aunque hoy sin lumbre sus túnicas. La noche sigue volando --alas de palma y de juncia-- y, llena de sí, derrama su triste látex la luna. Se oye el rumor a lo lejos de cortejos y cohortes. Y el sueño pesa en los párpados de los tres fieles mejores. Jesús, solo, abandonado, huérfano, pavesa, Hombre, macera su corazón en hiel de olvido y traiciones. «Padre, apártame este cáliz.» Sólo el silencio le oye. La misma naturaleza que le ve, no le conoce. «Hágase tu voluntad.» Y, aunque lleno hasta los bordes, un corazón bebe y bebe sin que nadie le conforte. El sudor cuaja en diamantes sus helados esplendores, diamantes que son rubíes cuando las venas se rompen. Por fin, un Ángel desciende, mensajero de dulzuras, y con un lienzo de nube la mustia cabeza enjuga. Ya la luz de las antorchas encharca en movibles fugas y acuchilla de siniestras sombras el huerto de luna. Los discípulos despiertan. Huye, ciega, la lechuza. Y Jesús, lívido y manso, se ofrece al beso de Judas.

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